martes, 28 de febrero de 2012

LA ESPERANZA

LA ESPERANZA
En febrero de 1996, en virtud de recientes disposiciones legales que rebajaron el límite de la mayoría de edad de 21 a 18 años, Gerardo, con 20, quiso asumir su propia representación ante la justicia, de forma que ahora él y Sara quedarían enfrentados directamente ante la justicia.
Sara continuará la búsqueda de Simón. Piensa que es algo instintivo, que surge de su naturaleza como lo haría de la de cualquier madre. Está convencida de haberlo encontrado, aunque esa convicción sólo se transformará en certeza cuando sea confirmada por un examen de sangre. Sin darse cuenta, en estos últimos años ha ido poniéndole un rostro a aquel bebé de 20 días. Y por los comentarios que recibe de quienes lo conocen y frecuentan, a ese rostro le ha sumado una personalidad, una forma de ser.
Aunque le gustaría que su posición fuese otra, entiende la negativa de Gerardo a hacerse la prueba de sangre. El sólo conoce y se siente afectivamente ligado a esas figuras que desde muy temprano aparecieron como sus padres. Tiene su barrio, su historia, elementos que le aportan seguridad. Ahí está enraizada su persona. Teme perder el afecto de quienes lo criaron porque ellos se niegan a aceptar la prueba de histocompatibilidad. Sara sabe que la situación de Gerardo no es como la de otros hijos adoptivos que, a partir de cierta etapa de su vida, se plantean la necesidad imperiosa de conocer sus orígenes e inician una búsqueda muchas veces desesperada, sin contar con ningún elemento concreto. En este caso se trata de un niño que pudo haber sido secuestrado por la dictadura con toda la carga que implica saberse parte de esa historia tan trágica y dolorosa. Piensa que tampoco ha sido fácil para él mantener esta interrogante abierta durante tantos años, y al respecto recuerda que durante las audiencias judiciales en las que compareció, varias veces utilizó la expresión “Yo no soy hijo; yo no soy hijo”, refiriéndose a que no es hijo de quien dice que podría ser su verdadera madre. Pero a Sara le sonó como una suerte de negación de su propia condición filial, algo que revela los profundos conflictos en los que se debatiría cualquier muchacho en su posición. Sabe que puede haber gente que piense que él es insensible por negarle la posibilidad a una madre de saber si debe o no seguir buscando a su hijo, pero ella lo defiende porque piensa que los adultos han sido incapaces de resolver el problema y le han transferido la mayor responsabilidad al más indefenso de los involucrados, a quien es la primera víctima porque nunca tuvo oportunidad de optar. En opinión de Sara, la justicia uruguaya ha demostrado en este caso su debilidad como poder independiente negándose a dictaminar la prueba de sangre; una negativa muy parecida a la cobardía cuando se encubre detrás de la impotencia de un joven para disimular la propia claudicación.
Esta historia, la historia de Sara buscando a Simón, empezó hace 26 años. Y ahora tiene final, ése que elegimos poner al principio: Simón y Sara se han reunido. Pero muchos de los personajes que desfilan por esta historia siguen estando entre nosotros. Algunos aparecen a menudo en las noticias, en la televisión; otros pueden vivir en nuestro mismo barrio; podríamos coincidir cualquier día con alguno de ellos en un cine, un tablado, un restorán o compartir el asiento del ómnibus. Hoy, ahora, están casi todos aquí. Los valores que se confrontan en este relato continúan pugnando, y no pocas de las luchas que aquí se mencionan se siguen desarrollando. Esta historia ha cambiado radicalmente, y es momento de celebrarlo. Simón está entre nosotros.
Por eso, porque la verdad es posible, la lucha continúa.

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